martes, 7 de febrero de 2012

Malos y valientes

"Hay que disfrutar y, sobre todo, ser atrevidos: cuando después veáis el vídeo y no os salga un regate es importante que penséis que no os salió porque sois malos, pero no porque no os atrevierais a intentarlo".

(Miguel Ángel Lotina en la charla técnica antes del choque de vuelta en el Camp Nou de las semifinales de la Copa del Rey de 1996. El Numancia, entonces en Segunda División B, había eliminado a tres equipos de Primera y empatado a dos con el Barcelona en la ida. Llegó a adelantarse en el marcador con un tanto de Barbarin. Finalmente, fue eliminado.)

viernes, 6 de enero de 2012

La huella de su simple presencia había dejado al descubierto nuestras limitaciones



En su relato Flaco Landuchi (perteneciente al libro del mismo título publicado por la Editora Regional de Extremadura), Manuel Vicente González escribe acerca del estrago que la llegada de un fabuloso jugador causa en un modesto equipo de fútbol, construido en base al esfuerzo y formado por una plantilla de calidad discutible que debía ascender a Primera División en base a su sacrificio (continuo) y los (esporádicos) destellos de su estrella.

Todos cuantos conformaban el círculo del club –incluso los medios de comunicación- defendían la pura filigrana de aquel sudaca, pero quienes más vehemencia ponían en aquella defensa eran los propios aficionados, los cuales solamente parecían tener ojos para el Flaco. Daba gloria verlo controlar el balón; pareciera que un mecanismo interno le previniese de la llegada del esférico. Y cuando eso sucedía, cuando adivinaba que alguien se la iba a pasar, ya había dispuesto la utilización que de él iba a hacer. Luego era el amaga elegante, el quiebro, siempre profundo y vertiginoso, o el pase al hueco donde, las más de las veces, no nos decidíamos a acudir los compañeros, maniatados por atávicos complejos que acrecentaban el desparpajo singular de aquel elemento.

Después de una inicial aversión, el grupo de veteranos pasa a una especie de adopción conmiserativa del curioso personaje, visto como un niño estrafalario y fuera de lugar, que no conecta con nadie (ni quiere conectar, todo sea dicho) por su forma de vestir, de hablar, de comportarse y, sobre todo, por su calidad, para el resto estratosférica, dentro del terreno de juego. Sin embargo, esa solidaridad compasiva va derivando en una pura admiración que trae consecuencias nefastas para el equipo:

Pero sólo cuando sospeché de la intención de trasladar al terreno de juego tales remedos me puse a temblar, porque yo sabía que ahí, precisamente ahí (…) no cabía el engaño, porque ahí el único plagio permitido, y además el único que daba resultados, era el que cada cual pudiese llevar a cabo sobre sí mismo.

Ante los horribles resultados (en 15 jornadas van penúltimos) el presidente nombra al Flaco Landuchi jugador-entrenador que, primero, pasa a comportarse, para sorpresa de sus otrora compañeros, con una severidad absoluta y radical y, luego, amparado por el primer resultado favorable, exige el fichaje de otros tres jugadores de su mismo corte y confección, acentuando la división entre estrellas y proletarios y, por lo tanto, provocando la inevitable lucha de clases:

Puesto que todo el equipo giraba en torno suyo, no sólo en el aspecto táctico (…) sino en el metafórico, como jugador que irradiaba una fuerza centrífuga sobre los compañeros, se afanó en que, quienes desempeñábamos la labor de subalternos, es decir, todos nosotros, hiciésemos desaparecer los hábitos adquiridos con su llegada, y aplicáramos nuestras fuerzas a desarrollar el papel de comparsas que siempre nos había caracterizado.

Finalmente, los jugadores curtidos, trabajadores y españoles, se conjuran contra los recién llegados, brillantes, foráneos y diferentes. Primero, negándose a pasarles el balón, pese a las protestas de la afición, que percibe sus intenciones. Después, provocando errores con la peor de las intenciones: conseguir que los resultados sean tan nefastos que el presidente deba despedir al Flaco Landuchi y su corte de estilistas del balón.
Así sucede y así lo cuenta Manuel Vicente González:

“Aquel día respiramos hondo porque supimos que lo habíamos conseguido. Pero también supimos entonces, cuando observamos cómo los cinco intrusos, con la bolsa de deporte al hombro, abandonaban con disciplencia las oficinas del club mientras se despedían de los empleados y atravesaban el campo de tierra buscando la salida del estadio, que ya no iba a ser todo como antaño, porque la huella de su simple presencia había dejado al descubierto nuestras limitaciones”.

Uno, cuando lee esto piensa debería pensar en Diego en el Atlético de Madrid, en la llegada de Reyes al Sevilla del espartano Marcelino, en las broncas de Djalminha e Irureta y las de Guti con todos por donde quiera que ha ido. Pero, sin saber bien por qué, se ha acordado de esta historia después de salir de casa de Gonzalo Hidalgo tras hacerle una entrevista en la que, sin costumbres exóticas ni atuendos estrafalarios, ha devuelto, como el mismísimo Flaco Landuchi, cada melón que le enviaba en forma de interrogación, justo al hueco preciso. Como si fuera fácil. O como si mecanismo interno le previniese de la llegada de la pregunta. Manuel Vicente González, que conoce bien a Gonzalo Hidalgo y sabe bastante de fútbol, estará de acuerdo con el resumen que hacía Onésimo en la anterior entrada del blog El sentido trágico de la Liga: "qué asco da tener calidad".

lunes, 2 de enero de 2012

Da asco tener calidad

Hace nueve años gané el segundo premio en el Certamen de Cuentos de Fútbol organizado por la Liga de Fútbol Profesional con un relato llamado El último regate que, por ahora, no he publicado por estar repleto de sonrojantes pecados narrativos adolescentes y todavía no he corregido por no haber sido capaz de superarlos.

Sin embargo, y esto me sirve para hacer propósito de enmienda, antes o después lo publicaré por aquí, completo o por entregas. Si os molesto ahora, aparte de para felicitar al año a los pocos fieles que sigan entrando y desilusionándose ante la falta de actualizaciones, es para desvelar que aquel cuento no pretendía más que ser un homenaje a Onésimo, un futbolista genial que ahora ha evolucionado a entrenador y personaje curioso y que, realmente, se homenajee casi mejor él mismo. Incide también en veniales pecados adolescentes como la hipérbole, la egolatría o la autoparodia (voluntaria o no) pero hay que reconocer que lo hace con más gracia que yo:



miércoles, 14 de diciembre de 2011

Off the record

(...)

-Miguel Ángel Gil Marín: ¿Estarías interesado a volver a entrenar al Atleti?
-Luis Aragonés: Mira, la verdad yo nunca negocio con equipos que tienen entrenador y tal... así que cuando lo resolváis me avisáis... Pero vamos, para ahorrarnos tiempo: yo cobro 2 millones por temporada.
-M.Á. Gil: Hombre, dos millones de euros por temporada... ¡pero sería media temporada!
-Luis Aragonés: Pues me hubieras llamado en julio.


jueves, 1 de diciembre de 2011

David Beckham en el fondo está triste.


Como un niño aturdido
David Becham mira a la cámara
y sonríe,
pero el miedo es tenaz y le carcome las entrañas,
y entonces piensa el niño en su padre,
aquel antiguo empleado de una fábrica
de material de cocina y frustrado futbolista
ahora felizmente establecido
en la trastienda de los sueños, siempre junto a su mujer,
peluquera de por vida.

David Beckham en el fondo está triste.

Cuando gana el equipo
con gol de libre directo
lanzado en el último minuto
por su bota infalible,
la victoria le sabe a agria derrota,
a agonía,
y los miles de abrazos y embestidas,
a vacío también cuando, solo en la ducha,
la desazón le corre cuerpo abajo
(ese objeto exacto del deseo)
y se funde con el tiempo venidero
de más flashes y bramidos,
de más miradas de envidia y arrebato,
de más acoso de los paparazzi,
junto a ese mohín de enojo
que a todas horas blande la hembra vigilante,
Victoria Adams (que no de Samotracia),
madre de sus tres hijos,
alguno de ellos con nombre de puente,
por ejemplo, el primogénito.

David Beckahm está cansado de sí mismo.

Milán hoy, ayer Los Ángeles, anteayer Madrid
y el otro más lejano, diablo rojo,
roto corazón de la nostalgia
que ahora, disfrazado de cyborg justiciero,
le aflige el alma de mercurocromo.
¿Cómo rendirle tiempo al tiempo
y volver a la dulce Chingford,
en el London Burough of Waltham Forest,
para empezar de nuevo rompiendo el maleficio
de su horrible condena?

Todo en el héroe es y nada se transforma.
David Robert Joseph Beckham
seguirá por los siglos de los siglos
como atracción de feria
para los burdos mendicantes.

(David Beckham.

El loco mundo. 
Miguel Ávila Cabezas.)


domingo, 27 de noviembre de 2011

Espuma


La cerveza está caliente y me cuesta tragarla. Alrededor se ríen, no sé de qué. Alzo la cabeza por encima de las risas y miro a la tele. Entonces una palmada en la espalda. Una cara burlona que dice burlona: esto está visto, chaval. Me encojo de hombros y pienso que ni siquiera estoy triste, que a fin de cuentas siempre han sido sólo más espuma que otra cosa, una espuma que se calienta con facilidad y que no entiendo por qué seguimos bebiendo cada año si sólo amarga y no emborracha.


lunes, 7 de noviembre de 2011

Decepciones


Me has decepcionado una barbaridad pero no te ralles: tampoco mucho más que Mario Suárez, Reyes, Tiago o Agüero. Supongo que no es culpa vuestra y que debemos controlar los lógicos impulsos de partiros la cara o quemaros el coche: lo habéis intentado y no habéis estado a la altura. Ok, no pasa nada. Suerte con vuestra carrera lejos de aquí. Llevaros sin merecimiento, sinvergüenzas, mis besos, mis detalles, mis atenciones, nuestros aplausos y nuestros millones: no hay sitio para los mediocres en un club grande. Y yo, nena, sigo siendo grande. Aunque no lo parezca. Aunque nadie lo crea. Esto es sólo una mala racha que ya dura demasiado. Pero acabaré por salir a flote. Acabaremos por salir a flote.



martes, 25 de octubre de 2011

Fábula de las dos Españas




El otro día, Ballesteros, central de la cosecha del 75 que debutó en Primera División en 1996, saltó a las portadas de nivel nacional tras ganarle un sprint aparentemente intrascendente a Cristiano Ronaldo.
No es para menos, con 10 años y (según los datos de los clubes, siempre discutibles) 15 kilos de desventaja, Ballesteros no solo escenificó en una sola acción el triunfo del modesto Levante sobre el todopoderoso Madrid, sino también la de un arquetipo físico ya en desuso: el del bruto portero de discoteca disputando la supremacía al metrosexual hormonado de gimnasio. La afición del Levante así supo entenderlo y jaleó esta acción casi tanto como el gol que les ponía en ventaja o el pitido del árbitro que confirmaba la victoria.  Ballesteros, en cambio, pese a salir casi manteado del estadio, le ha restado importancia en cada entrevista concedida después: “De 10 carreras, Cristiano me gana nueve; pero en el fútbol, a veces, hay que saber cómo asentar los tacos y medir las pisadas… este es mi campo y yo me lo conozco, creo que ahí puede estar la explicación”.
Realmente, esa es solo parte de la explicación.

Ballesteros simboliza lo que Luis Aragonés siempre ha denominado “ese otro fútbol” o “saber competir”, una práctica que desde que (paradojas de la vida) Luis Aragonés implantara el maravilloso sistema de juego en la Selección Española y Guardiola alcanzara la perfección con el Barça de los “locos bajitos”, es despreciado como un simple eufemismo de lo que Ballesteros parecía soltar entre líneas: “saber asentar los tacos” y cómo (bastante pero sin pasarse), cuándo (cuando el árbitro no mira) y a quién “pisar” (los que juegan mejor que tú). Digamos que el público comienza a identificar “ese otro fútbol” con la escuela de Bilardo, Caparrós, Panadero Díaz y Mourinho, oponiéndola a la de Menotti, Cruyff, Valerón y Valdano. Pero no es eso.

Ballesteros, por ejemplo, ejemplifica a la perfección la superación de las propias limitaciones, pero también la superación de los prejuicios ajenos: cuando en cada entrevista se ha esforzado por quitar hierro a la anécdota de la carrera con Cristiano, ha puntualizado: “De mí pueden decir que soy feo, pero no que soy lento”. Y, efectivamente, Ballesteros, pese a esa pinta de ex-guardaespaldas jubilado con kilos de más, nunca ha sido una víctima propicia para los delanteros más rápidos o habilidosos. Tampoco, pese a su aspecto de matón a sueldo, ha destacado por ser un jugador duro. De hecho, esta temporada promedia una falta por partido, números increíbles para un defensa central y más para un equipo como el Levante, a priori, obligado a defenderse en su campo con uñas, tacos y dientes.

Pero, de nuevo, las cosas a veces no son así, y el público debe ampliar su visión sesgada. El “otro fútbol” es necesario para que funcione el primero. Y sin Busquets, Mascherano o Alves, el equipo de estilistas de Guardiola no sería el mismo… Como Cruyff necesitaba a Bakero y como Mourinho necesita tanto a Pepe como a Ozil. O el mal cine necesita juntos a Terence Hill y Bud Spencer. Lo que nos conduce de nuevo a nuestro Ballesteros:
Ballesteros para muchos es la bestia parda que solo sobrevive en campos de aficionados, dedicado más a atemorizar mediante codazos y amenazas a delanteros que de otra forma le serían inalcanzables. La pervivencia de ese modelo en el fútbol moderno a muchos escandaliza. Para otros, que se fijan en los partidos de verdad y no solo en lo que ellos desean ver, puede ser ese noble brutote que cualquier querría tener al lado: el Golliat del Capitán Trueno, el Sloth de los Goonies: ese portento físico que está dispuesto a dejarse matar si es por el bien común.


En realidad, el Levante está dirigido por un entrenador que ha debutado a los 47 años en Primera División después de grandes temporadas en los modestos Cartagena y Salamanca. Dicen los expertos que su equipo, fuera de los tópicos, defiende con inusitado orden, saca el balón jugado, tiene un sentido táctico irreprochable y, aunque sea algo que todo el mundo sabe que va a ser transitorio, a día de hoy, 25 de Octubre de 2011, es justo líder de la Primera División Española. Lo curioso es que el año pasado el mérito se le abogaba a Luis García quien, aupado por ese reconocimiento, se encuentra en este momento penando en un Getafe con una plantilla muy superior a los resultados.
Y es que quizás la pieza clave de esta ecuación es Sergio Martínez Ballesteros, quien defiende con orden, capitanea con orgullo y saca el balón jugado desde atrás de un equipo que reconoce en su líder al que ha sido tantos años un soldado raso con injusta fama de torpe, lento y pendenciero y que demuestra que en esta vida a veces las cosas no son como parecen y “este fútbol” y “el otro fútbol” están más cerca de lo que parecen. Posiblemente tanto como, en el fondo,  el bruto portero de discoteca y el metrosexual hormonado de gimnasio. Y siempre será mejor que salden su rivalidad en una carrera que en una pelea a callejón abierto.



lunes, 24 de octubre de 2011

El miedo del portero ante el penalti

Existe una novela inclasificable de Peter Handke titulada El miedo del portero ante el penalti, con ínfulas de Kafka y Joyce, cuyo objetivo y/o argumento, creo poder entender, es reflejar el absurdo en la vida mediante el absurdo en la narración; así como la imposibilidad en la comunicación a la que estamos condenados los humanos por medio de diálogos que son puras chácharas y balbuceos inconexos sin sentido.

En más de 150 páginas Handke narra el periplo irracional por un entorno esperpéntico de Bloch, un ex portero de fútbol que se aloja en pensiones de mala muerte, contempla crímenes, se ve envuelto en peleas y, de vez en cuando, rememora andanzas de su carrera deportiva sin experimentar la más mínima sorpresa, emoción o, al menos, indignación ante la hiperbólica ilógica que se extiende ante sus ojos.
Pese a que supuestamente alrededor no paran de suceder cosas, acontecimientos que para cualquiera serían notables, el personaje se aburre hasta el hartazgo, no se implica, no cree que vaya con él todo esto que para cualquier persona serían hechos dignos de mención, de asombro, incluso de interjección malsonante y platonismo de ojos.

Ayer, viendo el partido del Atlético de Madrid frente al Mallorca, recordé esta novela por varios motivos. Uno de ellos es que estuvieron en el punto de los once metros primero, Hemed, un desconocido que se ha revelado como especialista en penas máximas (4 de 4, ni el mismísimo Franco) y después, Falcao, un delantero que es un gladiador visceral en cada balón dividido y un frío francotirador en sus penaltis. Tanto Courtois como Aoute no protestaron demasiado la rigurosidad de los castigos arbitrales ni optaron por bailes desestabilizadores o golpeo en el pecho ante el lanzador: más bien parecían asumir la inapelabilidad de su destino.

Por otra, el público del Calderón, que volvió a asistir a cómo su equipo intentaba un ejercicio de estilo absolutamente impensable hace solo 4 meses (sacar el balón jugado desde la defensa, toque y toque paciente, acumulación de jugadores con supuesto criterio en la elaboración en el medio del campo), contemplaba esos hechos dignos de mención, de asombro, incluso de interjección malsonante y platonismo de ojos con un hastío y una diferencia comparables al protagonista de Handke.

Por último, la novela El miedo del portero ante el penalti, es pura y sencillamente un ejercicio de estilo que no solo resulta aburrido para el abúlico protagonista, sino para cualquier valiente que se decida a intentar leerlo. No puedo contarles el desenlace del libro porque nunca llegué a terminarlo. Tampoco vi el final del ejercicio de estilo de ayer. Pero me temo que lo único que puede salir de ahí es también una aburrida adaptación cinematográfica de Win Wenders.

Yo, como han podido leer anteriormente, respeto la labor docente de Gregorio Manzano, pero considero que para enseñarnos que la vida es absurda y sin sentido nos llega con Camus, Sartre, Lady Gaga y el Levante siendo líder de la Primera División Española.



viernes, 21 de octubre de 2011

Yo me moriré un día borracho junto a una tapia.

Entro en este blog sin nada escrito, sin nada que contar y, lógicamente, sin nada que leer, como simple ejercicio onanista de comprobar el número de visitas, y me encuentro con el desorbitado e injustificado número de 1971 en 7 semanas (¿tanta será mi compulsión onanista?).  Y eso me recuerda al título de un disco que no sé si me gusta o detesto, pero que desde luego me desconcierta. Y, en días como hoy, como comprenderán, cualquier cosa menos hablar de fútbol:



lunes, 17 de octubre de 2011

Un domingo cualquiera


Pega un mordisco al bocadillo de tortilla, se coloca la gabardina, bebe un buen trago de cerveza y dice:
-Me gusta, antes de salir al campo, (saltar, dicen los periodistas) pegar unos brincos todo lo alto que puedo, para darme energía, y luego persignarme tres veces, más por superstición que por fe, no crea. Me gusta también asegurarme de que sea mi pide derecho el primero que pise el césped y besarme la mano, agacharme, posarla en el suelo y transmitirle así mi beso, como un Papa indolente o con prescripción médica. Por último me gusta decirme a mí mismo a media voz “soy el mejor”, “soy el mejor”, “soy el mejor”; tres veces, ni una más ni una menos. Me gusta este ritual y entiendo que a algunos les pueda parecer ridículo pero quiero que lo respeten. Exijo que lo respeten. Por el contrario, no me gusta que me insulten, ni a mí ni a mi madre. Sé que va con la profesión pero también tengo sentimientos. Y ella, la pobre, ni le digo.

Todo esto me dice, de repente y sin venir a cuento, el desconocido que está sentado a mi lado en la grada mientras mastica con dentelladas precisas. Anteriormente, durante todo el primer tiempo, no hemos cruzado más que un intercambio de blasfemias entre dientes. Estoy a punto de preguntarle si es futbolista aficionado (no tiene, desde luego, estampa de deportista de elite) y si a eso se refiere: a pequeñas batallitas sin postín en campos de regional o en el ilustre derby de solteros contra casados. Pero no lo hago. Primero, por parecerme una pregunta obvia; segundo, porque el partido ya se ha reanudado y tercero y más importante porque, antes de que me dé tiempo ni siquiera a intentar sujetarle, se desprende la gabardina y, completamente desnudo, salta la valla que nos separa del terreno del juego. No puedo evitar maravillarme de la sincronía perfecta con que realiza el ritual anunciado, ni tampoco compadecerme ligeramente de la innecesaria severidad con que es reducido por los miembros de seguridad. A mi espalda algunos profieren agravios destemplados; yo, por el contrario, permanezco mudo en señal de respeto. Luego miro hacia los lados y con disimulo cojo su bocadillo a medio terminar. Está bueno.

jueves, 13 de octubre de 2011

Baile de máscaras

Cada vez que escucho al Calderón entonar “Radamel Falca-ao” usando la misma melodía reciclada de “Radomi-ir, te quie-ro” y, posteriormente, “Quique Sán-chez Flores” pienso, primero, que es lógico el baile de máscaras, porque la melodía primigenia viene de “Carnaval, te quie-ro” y nosotros nos iremos pero no volveremos más, pero cada año hay que renovar abonos, ilusiones e ídolos de barro. Después recuerdo a Cristina Peri Rossi y su poema “Fidelidad”:

FIDELIDAD

A los veinte años, en Montevideo, escuchaba a Mina
cantando Margherita de Cocciante
en la pantalla blanca y negra de la Rai
junto a la mujer que amaba
y me emocionaba

A los cuarenta años escuchaba a Mina
cantando Margheritta de Cocciante
en el reproductor de cassette
junto a la mujer que amaba,
en Estocolmo,
y me emocionaba.

A los sesenta años, escucho a Mina
cantando Margherita de Cocciante
en Youtube, junto a la mujer que amo,
ciudad de Barcelona
y me emociono

Luego dicen que no soy una persona fiel.



Y entonces soy yo el que canto:


Amé una vez...
... una y otra vez.


(F.M. Moncada. Gritao a lo Bambino)



jueves, 6 de octubre de 2011

El ciclo de la vida.


El entrenador del Atlético de Madrid en la presente temporada es un antiguo profesor de instituto que, al principio de su carrera deportiva, por pura vocación, se hacía muchísimos kilómetros después de sus correspondientes horas lectivas para poder entrenar gratis a equipos de Preferente, Regional y, posteriormente, cobrando (poco) de 3ª y 2ª B, sin ninguna garantía de estabilidad.
Ahora entrena en Primera División a un club de los llamados “históricos” de España; en los desplazamientos medianamente largos viaja en el avión privado del equipo, obviamente, no tiene que ejercer de profesor y cobra un sueldo inalcanzable para la mayor parte de la población española.
Sin embargo, aún hoy, en muchos aspectos, al menos aparentemente, Gregorio Manzano encarna el prototipo del profesor: tiene un talente supuestamente siempre educado y paciente e intenta que sus jugadores se sientan igual de valorados (aunque cuenten con características, procedencias y méritos diferentes). Estos  afirman que rara vez levanta la voz y, seguro, piensan, que a veces se le queda un tonillo didáctico entre simpático y repelente. Además, lleva gafas. También, cualquiera comprenderá que es ridículo pensar que Manzano solo trabaja cada semana la hora y media que dura un encuentro de fútbol: hay entrenamientos, visionado de partidos, estudio de los rivales y, seguro, vueltas y más vueltas en la cabeza de cara a qué táctica debe ser la más apropiada para transmitir a su grupo los conocimientos que deberían desembocar en los resultados deseables.
Por otra parte, cuando recibe críticas desde fuera, no se encara, no tuerce el gesto y sigue en su labor convencido de lo que está haciendo. A veces acierta y otras se equivoca. Por ejemplo, en mi opinión debería haber exigido un delantero centro de garantías para suplir a Falcao. Posiblemente, su planteamiento en el Camp No también fue equivocado. Quizás su sistema no se adapta del todo a las características de sus futbolistas. Pero parece dispuesto a esgrimir la paciencia como arma y el buen gusto como criterio. No sabemos cómo le saldrá. Pero sí sabemos que este verano defendió con ahínco que quería trabajar con una plantilla corta. Y ahí sí que podemos decir que sabía de lo que estaba hablando.
Muchos críticos con el trabajo del profesorado dirán que de lo que es un magnífico ejemplo Gregorio Manzano es de que al profesor le sobran horas por todas partes y, por tanto, no pasa nada por aumentar su jornada laboral. Al fin y al cabo, ¿qué son dos horas cuando un profesor podía pegarse tres de coche y dos de entrenamiento cada tarde?
Otros, pensarán que Gregorio Manzano encarna la situación actual de los profesores: intentar salir pitando lo antes posible a otra profesión en la que se nos valore más y se nos pague mejor ahora que se avecinan tiempos aciagos.
Para mí, sin embargo, es principalmente un símbolo de la constancia que debemos intentar mantener en nuestro trabajo. Dispuestos a coger el coche para intentar hacernos con un grupo en cualquier momento, incluso con el curso empezado y tratando de emplear una didáctica diferente. Ajenos a las críticas y convencidos de lo que estamos haciendo. Con mucho sacrifico. Porque antes o después se valorará este esfuerzo. No por la sociedad, que bastante tiene con lo suyo y, cuando las cosas vienen mal dadas, es lógico que recurra al desahogo con las víctimas fáciles (“Manzano, vete ya” o “que paguen los funcionarios”) sino, por la opinión que de verdad debe influirte: la de tu plantilla.
Aunque, como bien sabe Gregorio Manzano y cualquiera que tenga dos dedos de frente, es más fácil lidiar con un grupo heterogéneo de veinte seres humanos que con uno de treinta y cinco. A él al menos le han dejado esta posibilidad. Sus antiguos compañeros de profesión, que tampoco trabajamos solo las 19 horas de clase, que hemos visto reducido nuestro sueldo y que también intentan que acabemos siendo el blanco fácil de una sociedad crispada (es más fácil echar a un profesor que plantearse una reforma educativa o económica) lo tenemos mucho más difícil.
Y es principalmente por esto por lo que tenemos que protestar. Manteniendo la educación y los valores que queremos transmitir. Pero con firmeza. Porque si nos quitan la posibilidad de tratar a nuestro equipo de seres humanos de la forma más equilibrada y justa posible, es muy probable que la educación española, tras una mejora insospechada hace años (casi tanto como la de Manzano), comience su periplo hacia una categoría de Regional o Preferente. Y de ahí será muy difícil salir.

Víctor Peña Dacosta
Profesor interino de secundaria

sábado, 1 de octubre de 2011

La camiseta de Perea

El amor al fútbol tiene la gran ventaja de que, sin ayudarte a madurar, sí que te ayuda a aceptar la decadencia y la vejez como inherentes a la vida. Y es que, a poco que sepas de fútbol, desde los doce años puedes mirar con desprecio a un jugador acomodado de la plantilla (que incluso quizás fue tu ídolo hace apenas un par de años) o un nuevo fichaje (que hace dos veranos te hubiera hecho comprarte al momento su camiseta) y decir simplemente: “este está acabado, tiene ya 31/32 años…” Y claro, al principio eso tiene gracia, porque tú eres joven e inmortal y algún día vas a ser como ellos, pero eterno. Pero deja de tenerla cuando te das cuenta de que te vas acercando peligrosamente a la edad que tienen los jugadores que ahora te permites despreciar. Eso sí, con una importante diferencia: tú nunca has sido Pichichi, o máximo asistente, o ganado un campeonato sub-21, o puesto a un estadio de pie. Ni siquiera has marcado un puto gol de pura suerte tras miles de rechaces en un área embarrullada que valiera un mísero punto.
            Es muy difícil por parte de los clubs, de los entrenadores, de la afición, saber tratar a las viejas glorias que ya no son lo que eran pero todavía no han tenido el detalle de retirarse. Y también debe ser muy difícil ser una vieja gloria que sabe que ha perdido una punta de velocidad (posiblemente leve pero absolutamente fundamental) que todos notan. Pero sencillamente esto pasa porque es dificilísimo hacerse mayor y, aún peor, hacerse viejo. Y es muy duro tener que cuidar de familiares que han perdido sus capacidades, que ya no son lo que eran cuando los querías pero a los que tienes que seguir queriendo o, al menos, aguantando.
Creo que, sin llegar a ser un hijo de puta, en esta vida hay que ser sincero (al menos en el fútbol) y partir de que ya no es lo mismo, que no deben jugar lo mismo, que no deben cobrar lo mismo, que no deben gesticular tanto cuando se les cambia por estar al borde del infarto. Pero que un club, igual que una sociedad o mejor, una persona, también mide su grandeza en saber cuidar a sus viejas glorias porque, antes de ser historia muerta, son historia viva y, sobre todo, porque bien comprendidas pueden ser verdaderamente útiles.
En el Atlético de Madrid, en cambio, prácticamente el único caso que encontramos de "madurito aprovechable" o, mejor, aprovechado, es el de Ujfalusi, que salió este verano con 33 años, y el de Simao, regalado en las últimas Navidades (y dejando más cojo al equipo) con 32. Los dos aún serían, no titulares, cierto, pero sí útiles en su puesto.
Ahora mismo el capitán es el canterano Antonio López, de 30 años y con 192 partidos en el equipo.
Pero, dado que en principio el titular para ese puesto parece que será Filipe Luis, el capitán en el campo parece que será Luis Amaranto Perea, el jugador más veterano de la plantilla (32 años), el que más tiempo (8ª temporada) y partidos en Primera (210) lleva en el club e, indudablemente, un auténtico símbolo de lo que, hoy por hoy, significa este equipo.
Luis Amaranto Perea posiblemente sea el jugador con menos calidad de toda la Primera División Española. No es una hipérbole: tiene problemas para hacer el control más sencillo, es incapaz de dar con precisión un pase en largo, duda cuándo usar el golpeo exterior o interior y, cuando llegó, parecía que incluso le costaba asimilar el concepto de fuera de juego. Sin embargo, ha acabado jugando con todos los entrenadores y pese a errores gravísimos puntuales y errores leves continuos, siempre ha sumado más de lo que ha restado.
Resulta encomiable ver su esfuerzo, porque, por sus limitaciones, ha de estar continuamente corrigiendo sus propios errores (“a veces me lío solo” resumió él mismo con la sencillez y contundencia con la que no siempre despeja.)
Pero lo cierto es que normalmente es cierto que sabe enmendar sus desastres. Y es que Perea no ha sido dotado con habilidad en los controles, buen golpeo de balón o lectura del juego, pero sí con una velocidad increíble (probablemente siga siendo, a sus 32 años, el futbolista más rápido de la Liga) que le lleva a subsanar el balón que se dejó meter a su espalda o se le coló por debajo de las piernas, a adelantar al delantero que le dejó atrás con un amago que sólo podría tragarse un niño o a arrollar (tocando balón, eso sí) al que poco antes le había derribado con la sencilla técnica de meter el cuerpo que se aprende en infantiles.
Pero, sobre todo, Luis Amaranto Perea es un símbolo del aguante, de alguien que desde el primer momento sembró las sospechas de que no debería  haber llegado a profesional, y menos al Atlético, y ya se ha convertido en el extranjero rojiblanco con más partidos en la Liga; que siempre sembró dudas pero acabó ganándose la titularidad con todos los entrenadores que han pasado por el club y que, pese a las suspicacias de hinchada y directivos ha acabado siendo el segundo capitán. Realmente, el capitán en funciones mientras Filipe Luis esté al nivel esperado.
           Lo más flagrante es que al pobre Perea, símbolo de este Atlético como ningún otro, le robaron su merecido momento de gloria: en 282 partidos oficiales no cuenta con ningún gol, pero un día marcó uno: en el derby Atlético-Real Madrid de la temporada 2006-2007 se le anuló un gol absolutamente legal (que sólo podía ser anulado para ser sustituido por un penalti y expulsión sobre Kun), que hubiera significado el 2-0 y, por lo tanto, seguramente, el camino a la victoria en un derby, algo que no le ocurre al equipo del Manzanares desde hace ya 11 años. Y esa victoria hubiera sido gracias a Luis Amaranto, que normalmente ni sube a rematar y no merecía ser más de ningún otro (si acaso de Torres, que había marcado el primero). Sin embargo, el árbitro anuló ese gol y en un derby posterior, Perea, que pudo haber sido héroe, pasó a villano por un error patético que regaló el 3-0 y, por tanto, la sentencia, a Higuaín.







Y el error arbitral ni siquiera se protestó demasiado, quizás porque era un gol anotado por Perea, y de Perea sabíamos lo que nunca podíamos esperar (un gol, claro, pero tampoco un regate, un centro bien puesto, sacar el balón jugado). De Perea esperábamos otras cosas (cortes espectaculares, entrega constante, carreras hasta el último segundo) y también nos temíamos bastantes: a fin de cuentas, cada partido era un thriller disparatado en el que, en cualquier momento, cabía esperar un error garrafal que te dejara a medio camino de la risa, el llanto y la rabia.
Sin embargo, siete años después de conocernos, Perea fue capaz de volver a sorprendernos. Porque lo que nunca cabía esperar era la fiabilidad, término aparentemente antónimo de Perea o quizás de Luis Amaranto. Sí, la fiabilidad. Desde la llegada de Quique, Perea se convirtió en el defensa más solvente y seguro con muchísima diferencia. Son antológicos sus partidos contra el Liverpool en la Europa League, pero lo más sorprendente es que, de verdad, más o menos mantuviera el nivel, siempre, sin duda, por encima de Domínguez y Godín.

En fin, esto se está estirando demasiado, porque sólo pretendía ser una reflexión sobre el paso del tiempo y las reflexiones sobre el paso del tiempo conviene hacerlas rápido, sobre todo si son amargas.

Y lo peor de esto es que, cuando Perea se estaba convirtiendo en un central fiable, resulta que ya va camino de los 33 años y que, si hay un futbolista que necesita la velocidad para sobrevivir y seguir tapando sus continuos errores (una cosa es que haya mejorado y otra distinta es que haya dejado de ser Perea), ese es él. Además, acaba contrato al terminar la temporada, por lo que mucho me temo que este será su último año en el Atlético de Madrid. Así que he decidido comprarme su camiseta por varias razones: la primera es que hay que insistir en que si ganamos la Europa League y la Supercopa de Europa fue en gran parte gracias a él, y aunque sea con retraso hay que agradecérselo, porque es muy posible que no volvamos a ganar nada. La segunda, que me he permitido despreciar muchas veces a un deportista que sólo puede ser motivo de admiración, no ya por su superación personal continua, sino porque tiene 1 Intercontinental, 2 ligas, 1 Uefa y 1 Supercopa de Europa, mientras que yo, que voy camino de su edad, jamás he sido internacional por Colombia, o puesto de pie a un estadio o tan siquiera he marcado un gol de pura chorra a la salida de un córner tras miles de rechaces. E imagino que cuando se vaya Perea y deje de sufrir un sobresalto injustificado con cada balón que se acerca al área de mi equipo, me habré hecho un poco más mayor y quizás, por fin, el fútbol me haya ayudado a madurar aunque sea levemente. Así que sólo puedo pedir que a él no se le haga irse por la puerta de atrás, sino que se recuerde que, con todos sus errores, es el extranjero con más partidos, que aunque tenga la misma calidad que yo con un balón en los pies, siempre sumó más de lo mucho que restó. Y, sobre todo, espero que se retire con Filipe Luis en plena forma, para que se despida con el brazalete de capitán el verdadero símbolo de que pertenecer a este equipo consiste en aguantar bromas crueles, tragar chistes estúpidos, lidiar con críticas exageradas que pasan por alto tu esfuerzo y aguantar, y sufrir y seguir y esperar tu momento de gloria sabiendo que es posible que te lo intenten anular, pero que es el momento que justifica todo lo que has tragado hasta este momento. Y que eso, aunque sólo sea una excusa interna para seguir aguantando o para autoconvencerte de que, después de todo, el periplo ha merecido la pena, no puedes permitir que te lo quite nadie.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Basta de realidades, queremos promesas

Contaba García Márquez que, durante una campaña electoral en México, cuando el PRI llevaba cerca de 70 años consecutivos en el poder, sus dirigentes, creyéndose imbatibles, habían caído en la apatía que provoca la inmunidad. Como ejemplo de esta circunstancia, en un mitin, el candidato se limitaba a leer con impasible voz funcionarial la lista de proyectos que habían llevado a cabo ante una multitud indiferente y desatenta cuando, de pronto, nadie sabe de dónde, nadie sabe de qué manera había esquivado los controles de seguridad, se levantó una pancarta inmensa que rezaba: “Basta de realidades; queremos promesas”.
            Es una buena muestra de que siempre hay que mantener una utopía, por muy feliz que vivas. Y, desde luego, México y el Atlético de Madrid, que no pueden estar más lejos del estado ideal de felicidad, con mucha más razón. Pero cualquiera, por muy bien que viva, tiene que dejar algo para cuando cierre los ojos. Y es que el problema de los sueños es que pueden hacerse realidad, y entonces dejan de ser utópicos. Y eso los rebaja. De hecho, en esencia, dejan de ser sueños. Porque lo de sueños cumplidos me da a mí que es una verdad tan relativa como “inteligencia militar” o “elecciones generales”. Por eso, siempre, apuntad muy alto. Fracasad de nuevo, fracasad mejor.
De hecho, a fin de cuentas, nos consolamos los perdedores, el éxito en el fondo es una cara del fracaso, porque también trae un vacío. Y puede que, con el tiempo, sea una cara más amarga, porque es el momento en que te planteas, ahora que puedes comprobarlo empíricamente, si han merecido la pena los desvelos, los esfuerzos y, sobre todo, si la realidad ha resultado estar a la altura de la imagen creada. Y como la ensoñación no tiene límites y la realidad sí pues, oye, que en foto parecía más grande, que yo me esperaba otra cosa…
            Hay innumerables ejemplos menos metafísicos: desde el momento en que un club te admite como socio deja de ser apetecible; si una chica cede a tus patéticos intentos de seducción es que igual no era para tanto o si, finalmente venga a su padre, Íñigo Montoya se queda sin saber a qué cojones va a dedicar ahora el resto de su vida.
Por eso, mi cántico futbolístico preferido es el de “Volveremos, volveremos/ volveremos otra vez/ volveremos (a ser) campeones como en el 96”. Ya sé que es un plagio del grito de guerra argentino, sustituyendo el 96 (año del doblete atlético) por el 86 del Mundial de México que consiguió Maradona. Pero aun así es una muestra de que la ilusión es capaz de imponerse a lógicas e, incluso, a realidades: me entusiasmó cuando después de ganar la Supercopa de Europa, en el Calderón se mantuvo ese cántico, por encima incluso del “campeones, campeones”, como si la posibilidad ganara a la certeza y, aún viviendo un sueño, que dirían los cursis, siguiéramos con ganas de soñar.
Y, por eso,  y ya acabo, me encanta la canción de La Cabra Mecánica que se conforma con ese “ganaremos un ratito hasta que bailen los de siempre”…

Porque, joder, tampoco pedimos tanto. De hecho, realmente la canción está inspirada en la gesta de aquel Alavés de Geli, Javi Moreno y Cía que estuvo a punto de ganar la Copa de la Uefa... para finalmente perder de forma injusta con el Liverpool. Así que ya veis, nos conformamos casi con cualquier cosa. Pero ese mínimo haced el favor de prestárnoslo. Que, cojones, sabemos que es muy difícil que "volvamos" alguna vez. Pero queremos seguir cantándolo siempre. O, por lo menos, un ratito más.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Boecio

A veces, para buscar consuelo, uno cae tan bajo que llega a ponerse filosófico. Pero siempre viene bien que te voceen unas palabras de ánimo. O, incluso, que te las boecien:

domingo, 25 de septiembre de 2011

Villarato

Habrá quien sólo repare en el resultado, pero no deberíamos olvidar que ayer asisitmos a un nuevo caso de "Villarato" escandaloso: jugó Messi. Y la gente como si nada...

viernes, 23 de septiembre de 2011

No busque ma que no hay

Uno, aunque sea por mantener la tendencia a las rayas, siempre ha tenido simpatía por el Beti.
Y este himno, compuesto por un sevillista acérrimo, debería ser oficial. Muchos diréis que la institucionalización es capaz de cargarse todo lo que toque, pero si hay alguien capaz de desmentir esto es el galardonado con la Medalla al Mérito Rockero. Condecoración desierta desde entonces, por cierto. Y seguramente con razón.

(Ya lo sé que estoy muy oportunista últimamente. Pero qué queréis. Cuando estoy feliz no escribo. Uno, como diría el gran Saúl Olúas, escribe a veces por afición, pero las más por aflicción. Y, mientras tanto, escucha música. Uohó.)

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Nueva matriculación

Como aficionado del Atlético de Madrid, sigo pensando que Manzano necesita un 9 suplente de garantías para cuando Falcao se lesione, esté sancionado o, simplemente, a punto de reventar por tener que sostener al equipo en Liga, Uefa y Copa, a veces con dos partidos a la semana. Y, como profesor de secundaria, tengo ganas de ver cómo lidia el antiguo compañero de profesión con el quinqui rebotado de varios centros que aparece con nueva matriculación en mitad del curso, con gesto torcido, pocas ganas de confraternizar y, normalmente, necesitado de cariño. Porque, si sale bien, pocas satisfacciones hay mayores en ese trabajo. Y, porque si sale bien, es un pedazo futbolista. Y, si sale mal, no me digan que con Ballotelli no nos íbamos a reír un buen rato...


lunes, 19 de septiembre de 2011

Jozantonio de la Rovere

En "Anatomía de un instante", Javier Cercas resume la película "El general de la Rovère" para que le sirva como símbolo de Suárez (el falangista oportunista que llevó a España a la democracia) y, por tanto, como reflejo del traidor redimido en héroe, papel que en su opinión compartían Carrillo y Gutiérrez Mellado:


El general De la Rovere narra una fábula ambientada en una harapienta y ruinosa ciudad italiana ocupada por los nazis. El protagonista es Emmanuele Bardone, un chisgarabís apuesto, simpático, mentiroso, trapacero, mujeriego y jugador, un pícaro sin escrúpulos que extorsiona a las familias de los prisioneros antifascistas con el embuste de que emplea el dinero que le entregan en aliviar la cautividad de sus parientes. Bardone es también un camaleón: ante los alemanes es un partidario fervoroso del Reich; ante los italianos, un solapado adversario del Reich; ante unos y otros despliega todas sus dotes de seductor, y a unos y a otros consigue convencerlos de que no hay nadie en el mundo más importante que ellos y de que está dispuesto a desvivirse por su causa. El destino de Bardone empieza a cambiar el día en que los alemanes matan en un rutinario control de carretera al general De la Rovere, un aristocrático y heroico militar italiano recién regresado al país para articular la resistencia frente al invasor; para el coronel Müller -el jefe de las fuerzas ocupantes en la ciudad-, se trata de una pésima noticia: de haber sido hecho prisionero, De la Rovere hubiera podido ser de utilidad; muerto, no tiene ninguna. Müller decide entonces propagar que De la Rovere ha caído prisionero, y muy pronto Bardone, cuyo talento de histrión ha conocido el coronel hace poco y cuyos trapicheos con un oficial corrupto ha desenmascarado en seguida, le ofrece la posibilidad de sacar partido de ese bulo: Müller le propone librarle del paredón y le ofrece la libertad y dinero a cambio de que acepte hacerse pasar por el general De la Rovere e ingrese en la cárcel, confiando en que podrá utilizar en el futuro su presencia en ella.

   Bardone acepta el trato y es trasladado a una prisión saturada de presos antifascistas. Desde el primer momento el pícaro sin escrúpulos interpreta con aplomo el papel del aristócrata de izquierdas, y todo cuanto ve o experimenta en la cárcel parece ayudarle en su interpretación, sacudiendo su conciencia: el mismo día de su llegada lee en las paredes de su celda los mensajes póstumos de los partisanos fusilados; los prisioneros se ponen a sus órdenes y lo tratan con el respeto que merece quien personifica para ellos la promesa de una Italia en libertad, le preguntan por parientes y amigos que lucharon en unidades bajo su mando, bromean sobre el destino desdichado que les aguarda, le ruegan sin palabras que les infunda ánimos; uno de los presos que frecuenta Bardone se suicida antes que convertirse en delator; para afincarle en su papel de De la Rovere, más tarde los alemanes torturan al propio Bardone, lo que a punto está de encender un motín entre sus compañeros de cautiverio; más tarde todavía Bardone recibe una carta de la condesa De la Rovere en la que la mujer del general intenta confortar a su marido asegurándole que sus hijos y ella se encuentran bien y sólo piensan en ser dignos de su coraje y su patriotismo. Esta serie continuada de impresiones empieza a operar una sutil, casi invisible metamorfosis en Bardone, y una noche sobreviene lo insólito: durante un bombardeo aliado que provoca un griterío de pánico en la prisión Bardone exige salir de su celda; está temblando de miedo, pero, como si el personaje del general se hubiera apoderado momentáneamente de su persona, plantado en el corredor de la galería de los presos políticos e investido de la grandeza de De la Rovere Bardone aplaca el temor de sus compañeros levantando su voz en medio de un estruendo de batalla: «Amigos, os habla el general De la Rovere -dice-. Calma, dignidad, control. Sed hombres. Demostrad a esos canallas que no teméis a la muerte. Son ellos quienes deben temblar. Cada una de las bombas que caen nos acercan a su fin, a nuestro rescate».

   Poco después de ese episodio el azar brinda al coronel Müller la oportunidad que aguardaba. Ha ingresado en la prisión un grupo de nueve partisanos capturados en una redada; entre ellos figura Fabrizio, el jefe de la resistencia, cuya identidad desconocen los alemanes: Müller le pide a Bardone que lo identifique primero y lo delate después. Por un momento Bardone duda, igual que si en su interior lucharan Bardone y De la Rovere; pero Müller le recuerda el dinero y la libertad prometidos y añade al soborno un salvoconducto con que escapar a Suiza, y finalmente vence Bardone. Aún no ha conseguido identificar éste a Fabrizio cuando muere a manos de la resistencia una alta autoridad fascista; en represalia, Müller debe fusilar a diez partisanos, y el coronel comprende que es el momento de facilitarle a Bardone su tarea de delator. La noche previa a la ejecución Müller encierra en una celda a veinte hombres, de entre los cuales saldrán las diez víctimas expiatorias; seguro de que a las puertas de la muerte Fabrizio se dará a conocer a De la Rovere, Müller incluye entre ellos a Bardone y a los nueve detenidos en la redada. Müller no se equivoca: a lo largo de la noche en capilla, mientras los reos buscan fuerzas o consuelo en la compañía valerosa del falso general De la Rovere, Fabrizio se identifica ante él finalmente, al amanecer, once detenidos salen de la celda; Bardone es uno de ellos, pero Fabrizio no. Camino del pelotón de fusilamiento formado en el patio de la cárcel, Müller retiene a Bardone, lo separa de la cuerda de condenados, le pregunta si ha conseguido averiguar quién es Fabrizio. Bardone fija la vista en Müller, pero no dice nada; bastaría con que pronunciase una palabra para que le permitiesen salir en libertad, con dinero suficiente para proseguir su vida interrumpida de mujeres y juego, pero no dice nada. Perplejo, Müller insiste: está seguro de que Bardone sabe quién es Fabrizio, está seguro de que en una noche como ésa Fabrizio le habrá dicho quién es. Bardone no aparta la vista de Müller. «¿Y usted qué sabe? -dice por fin-. ¿Ha pasado alguna vez una noche como ésa?» «¡Contésteme! -grita Müller furioso-. ¿Sabe quién es?» Por toda respuesta Bardone le pide a Müller lápiz y papel, garabatea unas líneas, se las entrega y, antes de que el coronel pueda comprobar si contienen el nombre verdadero de Fabrizio, le pide que se las haga llegar a la condesa De la Rovere. Mientras Bardone exige a un carcelero que le abra las puertas del patio, Müller lee el papel: «Mi último pensamiento es para vosotros -dice-. ¡Viva Italia!». El patio está cubierto de nieve; atados a sendos postes, diez hombres con los ojos vendados aguardan la muerte. Bardone -que ya no es Bardone sino De la Rovere, como si de algún modo De la Rovere siempre hubiera estado en él- ocupa su lugar junto a sus compañeros y, justo antes de caer bajo la descarga del pelotón de fusilamiento, se dirige a ellos. «Señores -dice-. En estos momentos supremos dediquemos nuestros pensamientos a nuestras familias, a la patria y a la majestad del Rey,» Y añade: «¡Viva Italia!».



Me disculpo por una entrada tan larga y que encima es robada... En realidad lo que quería decir cabe de sobra en los 140 caracteres de una cuenta de twitter. Sería algo así como:
He dicho a Caminero que es muy dificil que me mueva aquí soy feliz.Tras la final en Bcn entendí lo que es este Club.Yo me quedo!Aupa Atleti!
(JoseReyes_19. 21 de Junio de 2011)

No podía sentir así que aprendí a tocar. ¿Aleluya?

Uno siempre ha sido de natural cínico. O, al menos, se lo ha hecho. Que según las pelis, libros y series parecía que así se follaba más… Luego uno nunca sabe hasta qué punto eso ha sido rentable o no. (Es lo que decía Keith Richards de su guardaespaldas “Cuchilla de Afeitar”, que como tenía ese nombre y esa reputación, no sabía si le salía barato o caro, porque o bien porque fuera innecesario o bien por lo que acojonaba, el caso es que nunca tuvo que intervenir. En fin, que se me va el porro al cielo…)

El caso es que este verano el Atleti vendió a Agüero, De Gea y Forlán, tres de los máximos ídolos del Calderón. Y prescindió de un entrenador racial, que pese a tener un pasado madridista acabó simpatizando con el sentimiento atlético hasta el punto de, cierto es, perder la cabeza en un par de ocasiones (que se lo digan a Luis García o Forlán). En su lugar llegó un entrenador frío, distante y, en apariencia, nada ilusionante.

Ahora, tras un inicio titubeante forzado por el retraso de los dirigentes a la hora de fichar (sí, es un juego de palabras), nadie sabe si el Atlético alcanzará o no sus objetivos, pero hay una cosa incuestionable: este Atlético siempre intenta sacar el balón con criterio, juega el pie, intenta el toque sin miedo y, sobre todo, dispone sobre el césped a todos los futbolistas de calidad que tiene: Reyes, Turan, Diego, Mario, Tiago…

Y digo todo esto porque ayer el Atleti venció 4-0 con un fútbol paciente, frío y, en ocasiones, brillante. Y quizás debería pero no estoy nada ilusionado. Y me da miedo que, como tantas personas, en el fondo use el fútbol para sacar la peor parte de mí mismo, ese borracho júligan que reclama testosterona y huevada en lugar de confiar en la calidad y la paciencia como armas para, al menos, disfrutar y, a lo mejor ganar. O sea, que me convierta en lo que detesto de los mourinhistas y me dé cuenta de que, en realidad, no sea tan bilardista, guardiolista o cloughista como me finjo (igual también con la secreta esperanza de que así se folle más, vayan ustedes a saber…)

Quiero pensar como excusa que el verdadero símbolo de este nuevo Atleti es Diego, un mercenario entrañable, que juega como Dios pero del que puedes esperar poco compromiso: el año pasado su equipo se jugaba el descenso en el último partido y, al enterarse de que no iba a ser titular, cogió y se largó a su casa. Así que ayer no pude evitar sonreírme cuando se quedó en el banquillo en el descanso con unas leves molestias con el partido 2-0. Pero a lo mejor es simple cuestión de tiempo que me encariñe con Falcao, Turan y compañía. Y que entienda a Diego como el encantador traidor redimido que puede llegar a ser, igual que Jozantonio de la Rovere (post de próxima publicación). O simplemente es que uno ya no siente igual que antes. O que se lo hace para intentar follar un poquito más. Que nunca se sabe.
Lo que está claro es que este Atleti sin Simeones, Simaos, Petroves, Quiques y Assuncaos debería cantar eso de “I did my best, it wasn´t much: I couldn´t feel so I learned to touch”. ¿Aleluya?

jueves, 15 de septiembre de 2011

Play de honor

Muchos avispados lectores de este blog, si es que los hay (muchos, digo, no avispados), se habrán percatado de que el título y la esencia del mismo es un homenaje a Fernando Iwasaki y su libro de crónicas futbolísticas de la campaña de fútbol 1993-1994 titulado “El sentimiento trágico de la Liga”. Sin embargo, existen ciertas diferencias: al leer hoy (15 de Septiembre de 2011) referencias concretísimas a Butragueño, Koeman, Juanele, Claudio Barragán, Benito Floro o Salenko, es preciso contar con un estilo narrativo tan brillante como el del autor peruano para que su prosa permita que los hechos no queden sepultados entre la indiferencia propia de la anécdota anticuada, la reserva al chiste pasado de moda, el bostezo de la batallita repetida.
Por eso, servidora, que no es tan tonto como para no saber que, desde luego, no escribe tan bien como Iwasaki, intenta cerrarse menos a la concreción y la actualidad, confiando en la vigencia del subjetivismo quejoso y lastimero (porque nunca pasará de moda quejarse).
Además, y esta es otra diferencia, parte de una concepción diferente: el sentido trágico de la liga, lo entiendo como la interpretación de la tabla de resultados en clave personal, como si cada árbitro, fallo defensivo, venta inexplicable de jugador bandera, correspondiera a una venganza intransferible que, pese a que puede haber daños colaterales, está dirigida realmente solo a ti y a mí, querido lector, que somos los únicos que así lo interpretamos.
En otras palabras, espero que menos pedantes, se trata simplemente del viejo truco de aprovechar una excusa sobre algo que no tiene nada que ver para soltar la mierda que llevas dentro. Eso sí, sin perder nunca el humor, la distancia y la burla autoconsciente que jamás debieran separarse del relato de la tragedia.
Sin embargo, Fernando Iwasaki da otra explicación al signifcado de su libro en el brillantísimo prólogo que lo abre y, así, otra entrada nos ayuda a incluir un club más en esta terna existencial o sentimental pero siempre trágica que espero que compartamos jornada a jornada:
Como el fútbol no es tolerante con la neutralidad y los prólogos sí lo son con las confidencias, debo decir que desde muy pequeños los peruanos aprendemos a resignarnos a no ganar nunca, pero al menos tenemos la certeza de perder jugando bonito. Con esa vivencia agónica del fútbols no era posible ser madridista o culé, sevillista o colchonero, y por eso profesé el beticismo, pues sólo un bético es capaz de intuir el sentimiento trágico de la Liga.

domingo, 11 de septiembre de 2011

La lucidez de la resaca

Me miras desde el sofá,
con la lucidez que otorga la resaca,
y dejas caer como quien no quiere la cosa
tu barato psicoanálisis de andar por casa:
"me da que este año
no vais ni a la UEFA".


Pero todo el mundo sabe
que no estás hablando
de fútbol.

martes, 6 de septiembre de 2011

Madurez

Mañana me despertaré y no estarás y realmente no me daré cuenta hasta después del segundo café. Pero antes me haré una paja en la cama y veré con desinterés las bombas telediarias mientras espero los resultados deportivos. También antes habré bajado a por el periódico y ya entonces, pero solo entonces, admitiré que no estás, que sigues sin estar y que ya no vas a volver. Un día llegará la comida sin que lo piense y al otro sólo vendrás a mi cabeza un instante, en la caótica sucesión de imágenes preorgásmicas entre actrices, novias de amigos y compañeras de clase, quizá con otros labios, otras tetas u otro pelo: ventajas del onirismo onanista. Y pasarán días y al final lo olvidaré y entonces dejarán de existir las mamadas en los servicios públicos, los cutres ramos de rosas de veinte euros, las cenas en sitios medianamente asequibles, las películas en la cama y en los cines, los polvos en cualquier sitio y los besos en cualquier parte. Y no pasará nada. Seguiremos lejos de la clasificación para la Champions y agotaremos la última oportunidad empatando en casa. Y eso será lo único terrible. Me apuntaré a un taller de relato y a la tercera sesión dejaré de asistir, acabaré por encontrar un trabajo sencillo y por fin me haré un hombre lejos de ti y de tus neuras, un hombre que se conforma con que su equipo llegue a la UEFA y él alcance el fin de mes.