Pega un
mordisco al bocadillo de tortilla, se coloca la gabardina, bebe un buen trago
de cerveza y dice:
-Me gusta,
antes de salir al campo, (saltar, dicen los periodistas) pegar unos brincos
todo lo alto que puedo, para darme energía, y luego persignarme tres veces, más
por superstición que por fe, no crea. Me gusta también asegurarme de que sea mi
pide derecho el primero que pise el césped y besarme la mano, agacharme,
posarla en el suelo y transmitirle así mi beso, como un Papa indolente o con
prescripción médica. Por último me gusta decirme a mí mismo a media voz “soy el
mejor”, “soy el mejor”, “soy el mejor”; tres veces, ni una más ni una menos. Me
gusta este ritual y entiendo que a algunos les pueda parecer ridículo pero
quiero que lo respeten. Exijo que lo respeten. Por el contrario, no me gusta
que me insulten, ni a mí ni a mi madre. Sé que va con la profesión pero también
tengo sentimientos. Y ella, la pobre, ni le digo.
Todo esto me
dice, de repente y sin venir a cuento, el desconocido que está sentado a mi
lado en la grada mientras mastica con dentelladas precisas. Anteriormente,
durante todo el primer tiempo, no hemos cruzado más que un intercambio de
blasfemias entre dientes. Estoy a punto de preguntarle si es futbolista aficionado
(no tiene, desde luego, estampa de deportista de elite) y si a eso se refiere:
a pequeñas batallitas sin postín en campos de regional o en el ilustre derby de
solteros contra casados. Pero no lo hago. Primero, por parecerme una pregunta
obvia; segundo, porque el partido ya se ha reanudado y tercero y más importante
porque, antes de que me dé tiempo ni siquiera a intentar sujetarle, se
desprende la gabardina y, completamente desnudo, salta la valla que nos separa
del terreno del juego. No puedo evitar maravillarme de la sincronía perfecta
con que realiza el ritual anunciado, ni tampoco compadecerme ligeramente de la
innecesaria severidad con que es reducido por los miembros de seguridad. A mi
espalda algunos profieren agravios destemplados; yo, por el contrario,
permanezco mudo en señal de respeto. Luego miro hacia los lados y con disimulo
cojo su bocadillo a medio terminar. Está bueno.
Por lo menos ese bocadillo no se quedó sin acabar ! Me entró risa leerlo, de verás.
ResponderEliminarUn saludo,
L~
Muchas gracias, de veras.
ResponderEliminarUn saludo