lunes, 17 de octubre de 2011

Un domingo cualquiera


Pega un mordisco al bocadillo de tortilla, se coloca la gabardina, bebe un buen trago de cerveza y dice:
-Me gusta, antes de salir al campo, (saltar, dicen los periodistas) pegar unos brincos todo lo alto que puedo, para darme energía, y luego persignarme tres veces, más por superstición que por fe, no crea. Me gusta también asegurarme de que sea mi pide derecho el primero que pise el césped y besarme la mano, agacharme, posarla en el suelo y transmitirle así mi beso, como un Papa indolente o con prescripción médica. Por último me gusta decirme a mí mismo a media voz “soy el mejor”, “soy el mejor”, “soy el mejor”; tres veces, ni una más ni una menos. Me gusta este ritual y entiendo que a algunos les pueda parecer ridículo pero quiero que lo respeten. Exijo que lo respeten. Por el contrario, no me gusta que me insulten, ni a mí ni a mi madre. Sé que va con la profesión pero también tengo sentimientos. Y ella, la pobre, ni le digo.

Todo esto me dice, de repente y sin venir a cuento, el desconocido que está sentado a mi lado en la grada mientras mastica con dentelladas precisas. Anteriormente, durante todo el primer tiempo, no hemos cruzado más que un intercambio de blasfemias entre dientes. Estoy a punto de preguntarle si es futbolista aficionado (no tiene, desde luego, estampa de deportista de elite) y si a eso se refiere: a pequeñas batallitas sin postín en campos de regional o en el ilustre derby de solteros contra casados. Pero no lo hago. Primero, por parecerme una pregunta obvia; segundo, porque el partido ya se ha reanudado y tercero y más importante porque, antes de que me dé tiempo ni siquiera a intentar sujetarle, se desprende la gabardina y, completamente desnudo, salta la valla que nos separa del terreno del juego. No puedo evitar maravillarme de la sincronía perfecta con que realiza el ritual anunciado, ni tampoco compadecerme ligeramente de la innecesaria severidad con que es reducido por los miembros de seguridad. A mi espalda algunos profieren agravios destemplados; yo, por el contrario, permanezco mudo en señal de respeto. Luego miro hacia los lados y con disimulo cojo su bocadillo a medio terminar. Está bueno.

2 comentarios:

  1. Por lo menos ese bocadillo no se quedó sin acabar ! Me entró risa leerlo, de verás.

    Un saludo,
    L~

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