Existe
una novela inclasificable de Peter Handke titulada El miedo del portero
ante el penalti, con ínfulas de Kafka y Joyce, cuyo objetivo y/o argumento,
creo poder entender, es reflejar el absurdo en la vida mediante el absurdo en
la narración; así como la imposibilidad en la comunicación a la que estamos
condenados los humanos por medio de diálogos que son puras chácharas y
balbuceos inconexos sin sentido.
En
más de 150 páginas Handke narra el periplo irracional por un entorno
esperpéntico de Bloch, un ex portero de fútbol que se aloja en pensiones de
mala muerte, contempla crímenes, se ve envuelto en peleas y, de vez en cuando,
rememora andanzas de su carrera deportiva sin experimentar la más mínima
sorpresa, emoción o, al menos, indignación ante la hiperbólica ilógica que se
extiende ante sus ojos.
Pese
a que supuestamente alrededor no paran de suceder cosas, acontecimientos que para cualquiera serían notables, el personaje se aburre hasta el hartazgo, no se implica, no
cree que vaya con él todo esto que para cualquier persona serían hechos dignos de mención, de asombro, incluso de interjección malsonante y
platonismo de ojos.
Ayer,
viendo el partido del Atlético de Madrid frente al Mallorca, recordé esta
novela por varios motivos. Uno de ellos es que estuvieron en el punto de los
once metros primero, Hemed, un desconocido que se ha revelado como especialista
en penas máximas (4 de 4, ni el mismísimo Franco) y después, Falcao, un
delantero que es un gladiador visceral en cada balón dividido y un frío
francotirador en sus penaltis. Tanto Courtois como Aoute no protestaron
demasiado la rigurosidad de los castigos arbitrales ni optaron por bailes
desestabilizadores o golpeo en el pecho ante el lanzador: más bien parecían asumir la
inapelabilidad de su destino.
Por
otra, el público del Calderón, que volvió a asistir a cómo su equipo intentaba
un ejercicio de estilo absolutamente impensable hace solo 4 meses (sacar el
balón jugado desde la defensa, toque y toque paciente, acumulación de jugadores
con supuesto criterio en la elaboración en el medio del campo), contemplaba
esos hechos dignos de mención, de asombro, incluso de interjección
malsonante y platonismo de ojos con un hastío y una diferencia comparables al
protagonista de Handke.
Por
último, la novela El miedo del portero ante el penalti, es pura y
sencillamente un ejercicio de estilo que no solo resulta aburrido para el
abúlico protagonista, sino para cualquier valiente que se decida a intentar
leerlo. No puedo contarles el desenlace del libro porque nunca llegué a
terminarlo. Tampoco vi el final del ejercicio de estilo de ayer. Pero me temo
que lo único que puede salir de ahí es también una aburrida adaptación
cinematográfica de Win Wenders.
Yo,
como han podido leer anteriormente, respeto la labor docente de Gregorio
Manzano, pero considero que para enseñarnos que la vida es absurda y sin
sentido nos llega con Camus, Sartre, Lady Gaga y el Levante siendo líder de la
Primera División Española.
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