El otro día, Ballesteros, central
de la cosecha del 75 que debutó en Primera División en 1996, saltó a las
portadas de nivel nacional tras ganarle un sprint aparentemente intrascendente
a Cristiano Ronaldo.
No es para menos, con 10 años y (según
los datos de los clubes, siempre discutibles) 15 kilos de desventaja,
Ballesteros no solo escenificó en una sola acción el triunfo del modesto Levante
sobre el todopoderoso Madrid, sino también la de un arquetipo físico ya en
desuso: el del bruto portero de discoteca disputando la supremacía al metrosexual hormonado de gimnasio. La afición del Levante así supo entenderlo y jaleó
esta acción casi tanto como el gol que les ponía en ventaja o el pitido del
árbitro que confirmaba la victoria.
Ballesteros, en cambio, pese a salir casi manteado del estadio, le ha
restado importancia en cada entrevista concedida después: “De 10 carreras,
Cristiano me gana nueve; pero en el fútbol, a veces, hay que saber cómo asentar
los tacos y medir las pisadas… este es mi campo y yo me lo conozco, creo que
ahí puede estar la explicación”.
Realmente, esa es solo parte de
la explicación.
Ballesteros simboliza lo que Luis
Aragonés siempre ha denominado “ese otro fútbol” o “saber competir”, una
práctica que desde que (paradojas de la vida) Luis Aragonés implantara el
maravilloso sistema de juego en la Selección Española y Guardiola alcanzara la perfección
con el Barça de los “locos bajitos”, es despreciado como un simple eufemismo de
lo que Ballesteros parecía soltar entre líneas: “saber asentar los tacos” y cómo
(bastante pero sin pasarse), cuándo (cuando el árbitro no mira) y a quién “pisar”
(los que juegan mejor que tú). Digamos que el público comienza a identificar “ese
otro fútbol” con la escuela de Bilardo, Caparrós, Panadero Díaz y Mourinho,
oponiéndola a la de Menotti, Cruyff, Valerón y Valdano. Pero no es eso.
Ballesteros, por ejemplo,
ejemplifica a la perfección la superación de las propias limitaciones, pero
también la superación de los prejuicios ajenos: cuando en cada entrevista se ha
esforzado por quitar hierro a la anécdota de la carrera con Cristiano, ha
puntualizado: “De mí pueden decir que soy feo, pero no que soy lento”. Y,
efectivamente, Ballesteros, pese a esa pinta de ex-guardaespaldas jubilado con
kilos de más, nunca ha sido una víctima propicia para los delanteros más
rápidos o habilidosos. Tampoco, pese a su aspecto de matón a sueldo, ha
destacado por ser un jugador duro. De hecho, esta temporada promedia una falta
por partido, números increíbles para un defensa central y más para un equipo
como el Levante, a priori, obligado a defenderse en su campo con uñas, tacos y
dientes.
Pero, de nuevo, las cosas a veces
no son así, y el público debe ampliar su visión sesgada. El “otro fútbol” es
necesario para que funcione el primero. Y sin Busquets, Mascherano o Alves, el
equipo de estilistas de Guardiola no sería el mismo… Como Cruyff necesitaba a
Bakero y como Mourinho necesita tanto a Pepe como a Ozil. O el mal cine necesita juntos a
Terence Hill y Bud Spencer. Lo que nos conduce de nuevo a nuestro Ballesteros:
Ballesteros para muchos es la
bestia parda que solo sobrevive en campos de aficionados, dedicado más a
atemorizar mediante codazos y amenazas a delanteros que de otra forma le serían
inalcanzables. La pervivencia de ese modelo en el fútbol moderno a muchos escandaliza.
Para otros, que se fijan en los partidos de verdad y no solo en lo que ellos
desean ver, puede ser ese noble brutote que cualquier querría tener al lado: el
Golliat del Capitán Trueno, el Sloth de los Goonies: ese portento físico que
está dispuesto a dejarse matar si es por el bien común.
En realidad, el Levante está
dirigido por un entrenador que ha debutado a los 47 años en Primera División
después de grandes temporadas en los modestos Cartagena y Salamanca. Dicen los
expertos que su equipo, fuera de los tópicos, defiende con inusitado orden,
saca el balón jugado, tiene un sentido táctico irreprochable y, aunque sea algo
que todo el mundo sabe que va a ser transitorio, a día de hoy, 25 de Octubre de
2011, es justo líder de la Primera División Española. Lo curioso es que el año
pasado el mérito se le abogaba a Luis García quien, aupado por ese reconocimiento,
se encuentra en este momento penando en un Getafe con una plantilla muy
superior a los resultados.
Y es que quizás la pieza clave de
esta ecuación es Sergio Martínez Ballesteros, quien defiende con orden,
capitanea con orgullo y saca el balón jugado desde atrás de un equipo que
reconoce en su líder al que ha sido tantos años un soldado raso con injusta
fama de torpe, lento y pendenciero y que demuestra que en esta vida a veces las
cosas no son como parecen y “este fútbol” y “el otro fútbol” están más cerca de
lo que parecen. Posiblemente tanto como, en el fondo, el bruto portero de discoteca y el metrosexual hormonado de gimnasio. Y siempre será mejor que salden su rivalidad en una
carrera que en una pelea a callejón abierto.